Cristianismo: la conversión al cristianismo del emperador Constantino y el traslado que hizo de la capital de Roma a la ciudad de Bizancio patrocinaron el cristianismo en Oriente y sirvieron de antecedentes a las contradicciones entre las autoridades eclesiásticas y la del emperador. La primera fue considerada al emperador como representante de Dios en la tierra y tenía el poder de nombrar o retirar obispos y de fijar normas eclesiásticas. De esta manera el patriarca de la iglesia bizantina de oriente perdió la autonomía y estuvo subordinado al emperador.
La segunda contradicción apareció en el siglo VIII cuando el emperador León III prohibió el culto a las imágenes e inicio el proceso de destrucción, situación que provoco rebeliones y la oposición del patriarca Constantinopla.
Cisma religioso: los principales temas de discusión entre Constantinopla (Oriente) y Roma (Occidente) fueron entre otros: si la misa se celebraba en griego o en latino, si la naturaleza de Cristo era divina o humana o si el emperador podría participar en la designación de cargos espirituales.
Estas consideraciones dividieron las opiniones del patriarca de oriente y el papa de occidente quienes al no llegar a un acuerdo se excomulgaron recíprocamente, este hecho provoco una ruptura que se hizo efectiva en el año de 1054 en el llamado cisma de oriente.
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